Una
introducción a la Teoría Literaria
Terry
Eagleton
Introducción: ¿Qué es la Literatura?
Previo
a entrar al mundo de la teoría literaria, Eagleton considera relevante
encontrar una definición de la literatura. Así, una tarea que podría resultar en
un principio concreta y en cierta manera sencilla, resulta conducir al lector
por un recorrido histórico con el fin de conceptualizar este término.
Para
empezar, Eagleton descarta la posible definición de que la literatura únicamente
engloba a aquellas obras de imaginación en cuanto no necesariamente toda la
literatura recae dentro del campo de lo irreal. Ejemplos como los textos de
Hobbes, Clarendon, Lam, Macaulay y Mill sostienen el argumento de la autora. Eagleton
también refuta la posible distinción entre lo artístico y lo histórico ya que esta
diferenciación resulta subjetiva. Un texto puede ser considerado ya sea artístico
o histórico y no por ello deja de ser literatura.
Probablemente
un acercamiento más acertado al concepto de literatura sea aquel que se basa en
“el empleo característico de la lengua.”[1]
En conformidad con esta teoría, la literatura consiste en una forma de escribir
que se aleja o violenta la forma ordinaria en la cual se emplea el lenguaje. Esta
corriente se acerca muchísimo a lo sostenido previamente por los formalistas
rusos, quienes argumentaban que la literatura consistía en una “ordenación
especial del lenguaje.”[2]
Así, lo realmente importante no se centra en el contenido del texto sino en una
utilización especial del lenguaje que pretenda acercarse a lo poético. No
obstante, es necesario recalcar que no toda desviación del lenguaje puede ser
considerada poética. Es por eso que la autora analiza los problemas de la
definición propuesta por el formalismo en cuanto un poco de ingenio bastaría
para que un texto sea literatura. Por el contrario, no cualquier “rarificación”
puede entrar dentro del campo de la literatura.
Otro
acercamiento a la literatura puede consistir en la definición de esta como un
“discurso no pragmático.”[3]
No obstante, esta hipótesis no tiene mayor cabida en cuanto se “deja la
definición de literatura a la forma en que alguien decide leer, no a la
naturaleza del escrito.”[4]
Es decir, si bien un texto puede ser creado como literatura, puede no recaer
bajo este concepto en cuanto lo que en realidad importa es la manera en la cual
la gente se relaciona con el escrito.
Finalmente,
Eagleton no pretende definir a la literatura por no existir un elemento de la
“esencia” que lo distinga de otras áreas. La literatura, por ende, es un
término subjetivo e impreciso. La literatura encierra un concepto ambiguo que
no puede ser enmarcado dentro de una definición concreta. La literatura implica
un término inestable que dependerá en gran medida de la ideología (entendida
como juicios de valor, modos de sentir y evaluar el texto, etc) del lector
puesto que “leer equivale siempre a reescribir.”[5]
Capítulo I: Ascenso de las Letras Inglesas
A
lo largo de este capítulo, Eagleton recorre la historia de la literatura del
siglo XVIII y XIX en Inglaterra. Así, durante el siglo XVIII la literatura
abarcaba “el conjunto de escritos apreciados en la sociedad”[6]
y por ende primaba el carácter ideológico de la literatura. Además, cabe
recalcar que durante este siglo, la literatura fue empleada como una
herramienta para insertar ciertos valores que se querían fomentar en la
sociedad.
Durante
el período romántico, la concepción de literatura se reduce a las obras de
carácter “creador” o “imaginativo”, resaltando la importancia del elemento
ficticio. Nuevamente, la literatura asume un componente ideológico a través del
cual se busca transformar a la sociedad en nombre de ciertos valores apreciados
en la época. Posteriormente, resurge el concepto de la filosofía del arte a
través de autores como Kant, Heger y Schiller. Cabe recalcar que en ese
momento, lo esencial de la literatura “radicaba en su gloriosa inutilidad, en la
que ella misma era su propia finalidad”[7]
y por ende se alejó del matiz ideológico previo para convertirse en un arte
solitario.
La
literatura vuelve a vincularse a la ideología una vez más como una solución al
fracaso de la religión. En este punto de la historia, en la cual la religión
perdía poder como arma de control de las masas, la literatura fue empleada para
reivindicar la institución. Así, el objetivo de la literatura fue el de rescatar
y salvar a la Iglesia puesto que “si no se arroja a las masas unas cuantas
novelas, quizás acaben por reaccionar erigiendo unas cuantas barricadas.”[8]
La llamada “labor humanizadora” consistía en un antídoto eficaz para subyugar a
las masas y evitar fanatismos ideológicos. Esta importante acotación de la
autora permite sostener la importancia de la literatura como arma de control en
cuanto, al igual que la religión, “opera […] a través de las emociones y de la
experiencia.”[9]
El
ascenso de las letras inglesas como asignatura tanto en institutos como en
universidades responde a la enseñanza de la “ideología moral de los tiempos
modernos.”[10]
Por mucho tiempo, esta asignatura era dictada en gran medida a una audiencia
femenina.
Durante
la Primera Guerra Mundial, la literatura inglesa jugó un rol esencial en cuanto
transmitía valores de identidad nacional y soluciones espirituales a las masas
gravemente trastornadas por las consecuencias del conflicto bélico. Es
interesante acotar que durante la guerra, el estudio de las letras inglesas
quedó a cargo de burgueses tales como Leaves, Roth y Richardas, quienes se
encargaron de crear el proyecto “Scrutiny.”
El
objetivo de “Scrutiny” consistía en convertir al estudio de las letras inglesas
en la “esencia de la formación social”[11].
Este cambio de paradigma permite colocar al estudio de la literatura como el
estudio de lo mejor de la civilización humana, que debía encaminarse
necesariamente a la sociedad orgánica del siglo XVII y alejarse de los valores
promovidos por el capitalismo. Con esto en mente, “Scrutiny” se encargó de seleccionar
a ciertos autores que promovían estos ideales y de excluir de la lista de
estudio a aquellos que no contribuían. Además, “Scrutiny” sostenía el dogma de
que la literatura mejoraba (concepción moral) a las personas y las separaba de
las masas. No obstante, este ideal se fue destruyendo poco a poco al descubrir
que sujetos altamente instruidos eran capaces de cometer delitos soeces.
Con
la aparición de T.S. Eliot, se puso en práctica “una labor de salvamento y de
demolición de las tradiciones literarias”[12]
que se opuso radicalmente a la ideología del liberalismo de la clase media. Eliot
sostuvo el regreso a la tradición en la cual primaba la idea de la vinculación
íntima entre la lengua y la experiencia. Es así, que para un texto sea
considerado Literatura, debe encauzarse dentro de la tradición. La misión de
Eliot consistía principalmente en dotar nuevamente a la literatura del contacto
con el mundo físico y evitar caer en la sensiblería. Por su lado, “Scrutiny” no
tomó este camino, sino que abogó por el concepto absoluto de “Vida”. Este
proyecto pretendía defender el humanismo liberal; no obstante, se rehusaba a la
educación popular de las masas.
El
nombre de Leavis surge al momento de plantear los conceptos de “crítica
práctica” y de “lectura analítico-interpretativa”. El primero planteaba
desmenuzar los textos con el fin de comprender su verdadero alcance, mientras
que el segundo pretendía un análisis detallado de las palabras y del contenido
del texto que analicen más allá del contexto histórico y del autor que concibió
dicho texto. A partir de estos conceptos, comienza la “cosificación” de la
literatura, cuya importancia recae en el hecho de analizar el texto como un
“objeto en sí mismo.”[13]
Bajo estos parámetros se funda la Nueva Escuela Crítica Norteamericana.
La
Nueva Crítica Norteamericana vuelve a promover a la literatura como medio de
estudio de aquello que no se puede localizar en la realidad. Así, la poesía es
un refugio contra el capitalismo y promueve los valores supremos de la
sociedad. Cabe recalcar que esta escuela rompe definitivamente con el
enaltecimiento al autor y sostiene la importancia del texto en sí mismo, sin
importar el autor que se encuentra detrás. Así, la literatura se transforma en “una
solución de los problemas sociales.”[14]
Esta Escuela tuvo gran aceptación en cuanto establecía un método pedagógico
para enseñar a la masa de estudiantes y además permitía el estudio de textos
ideológicamente opuestos. Empson fue un gran representante de la Nueva Crítica
que logró insertarse dentro del programa de estudios de universidades Ivy
League.
Comentario personal
El
primer capítulo de Eagleton resulta sumamente interesante en cuanto propone un
acercamiento a la definición de la literatura. Considero que se trata de una
forma acertada de iniciar un libro referente a la Teoría Literaria. Ahora bien,
para el lector esta introducción supone una especie de descubrimiento ya que
aprendemos a estudiar géneros literarios (novela, poesía, cuento, etc), sin
comprender en primer lugar el verdadero significado del término literatura.
Eagleton
se propone una meta sublime al tratar de definir un concepto que en lo personal
me parece indefinible. A lo sumo lo que logra la autora son meros acercamientos
al concepto. A lo largo de este capítulo me he permitido cuestionarme el
verdadero alcance de la literatura. Para empezar, ¿se trata de una ciencia o de
un arte? Además, ¿quién tiene el poder de diferencia lo que es literatura de lo
que no es?, ¿existe un grupo selecto de personas dedicado a esta tarea?
En
realidad considero que tratar de encauzar este término es una tarea imposible
debido a la subjetividad que encierra. Esto en el sentido de que al final, tal
como lo sostiene Eagleton, un texto puede ser considerado o no literatura
dependiendo de la ideología del lector y del juicio de valor que este emite a
lo largo de la lectura del escrito. Siendo así, ¿a qué parámetros debemos
aspirar aquellos que deseamos crear literatura?
El
segundo capítulo se aleja de la cuestión metafísica que consiste en pretender definir
la literatura y lleva al lector al camino del ascenso de las letras inglesas. Es
así que Eagleton relata de manera precisa el tratamiento de la literatura en la
Inglaterra del siglo XVIII y XIX. Probablemente lo más interesante del capítulo
es la aportación que Eagleton hace respecto al uso de la literatura como una
herramienta de control social. Es así que la literatura nace como una respuesta
a una necesidad específica ya sea política o religiosa. Para un lector
idealista, el hecho de que la literatura responda a intereses específicos del
poder puede resultar en gran medida decepcionante. No obstante, en lo personal
considero que es lógico que así sea en cuanto el ser humano requiere de cierto
tipo de estimulación para seguir un camino determinado o para apoyar una
ideología concreta. Probablemente la estimulación o la influencia más efectiva
a lo largo de la historia sea la literatura (la considero más importante aún
que la religión). Este capítulo me ha permitido pensar que todas las culturas
producen textos que de una u otra forma responden a un interés concreto. No
puedo pensar en ningún texto (ni la ciencia ficción), que se encuentre
completamente desvinculada a apoyar o criticar una institución de poder. ¿Pueden
ustedes encontrar algún texto completamente neutro en este sentido?
Otra
cuestión digna de mencionarse son las distintas corrientes interpretativas de
textos que menciona Eagleton a lo largo del capítulo. ¿Cuál es la más acertada?
Finalmente, ¿en realidad se necesita una entidad que determine qué textos son
literarios o simplemente esta actividad pertenece al lector en un proceso de
análisis crítico de la obra? De ser así, la enseñanza de la literatura debería realizarse
de manera muy distinta a la planteada actualmente. Probablemente se debería
proponer un esquema de aprendizaje en el cual el alumno tiene la capacidad de
decidir qué texto amerita ser leído y el profesor constituye una mera guía. Estas
son meras especulaciones de mi parte y me gustaría escuchar otras
aproximaciones.
Atenta
a sus respuestas,
María
Susana Bastidas
Bibliografía
Eagleton,
Terry. Una introducción a la Teoría
Literaria. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 1998.
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