martes, 21 de junio de 2016

Aldabón de bronce - César Dávila Andrade

Aldabón de bronce
César Dávila Andrade

La lectura del Aldabón de bronce permite rescatar ciertos componentes claves si es analizado desde la narratología estructuralista. El íncipit de este cuento, al igual que los primeros párrafos permiten adentrarnos a través de la narrativa, en un mundo preparado por Dávila Andrade. El cuento principia afirmando que “años había durado el silencio en esa calle”, y queda claro para el lector que el silencio va a ser roto, que algo debe y va a cambiar.
¿Por qué las casas permanecían cerradas? El lector se plantea descubrir qué sucede en aquella misteriosa y vieja calle. Este es el primer indicio de la vejez en el cuento. Una calle solitaria, trazada hace centurias, donde nada pasa, nada cambia, nada se altera. Al contrario, la primera oración del cuento implica una muestra de juventud. ¡Algo va a suceder en aquella calle centenaria!
En clase se analizó la propuesta binaria que se puede emplear a través del lenguaje. Así, al admitir que el lenguaje -nuestro idioma en especial- es binario, podemos emplear esta figura como un recurso literario que permite construir un cuento a partir de la oposición de dos conceptos. Es claro los dos mundos que Dávila Andrade pretende contraponer en la presente obra. Con este fin, el autor recurre al elemento del tiempo: juguemos con la vejez vs. la niñez, con lo viejo vs. lo nuevo, con lo antiguo vs. lo fresco. Esto se encuentra presente en los más ínfimos detalles de la obra: los niños vs. el viejo Sepúlveda, los animales vs. la Viejecita que los cuidaba.
Dávila Andrade no juega solamente con los conceptos temporales, sino también con el espacio. Es difícil comprender el nexo existente entre la historia de los animales y la Viejecita y entre la historia de Sepúlveda y los niños. Parecería que existe una relación entre las dos historias en cuanto la relación de los personajes. Sí, podrían ser probablemente la contraposición de lo nuevo vs. lo viejo (los vitales niños y animales vs. el señor Sepúlveda y la viejecita). También podría tratarse de que a pesar de ser historias que difieren, se trata de la misma tienda de la Viejecita que pasa a ser ocupada por la nueva familia. ¡De nuevo el concepto de lo nuevo que reemplaza a lo viejo!
El lector puede sentir una especie de pena por la vejez a lo largo del Aldabón de bronce. Parecería que lo viejo está destinado a la segregación, a la repulsión de la sociedad que se desarrolla manera distinta. ¡Cómo puede ser que exista tal falta de respeto de los niños hacia el viejo! ¡Qué ternura e incompetencia observar la humillación y subyugación del viejo a nuevas generaciones! Y con esta afirmación no solamente me refiero a los niños sino también al herrero, hombre joven y vital que provoca intimidación en el anciano.
Asimismo, parecería ser que la llegada de lo nuevo es inevitable. Ciertamente la muerte nos espera a todos; sin embargo, esta obra va más allá y parece dar la impresión de que la muerte llama a gritos a la vejez, que puede resistirse levemente pero nunca ganar. Muestra de esto es aquella frase del cuento que afirma que “ través de las ranuras de las ventanas siempre cerradas, se llegó a conocer a los nuevos vecinos.” En realidad, ¿cómo llegas a conocer si todas las ventanas están cerradas? Parecería que la vieja calle se rehúsa a aceptar a nuevos individuos, sucumbiendo finalmente ante esta misión.
He afirmado que el herrero pertenece al concepto de lo nuevo, así como los animales y los niños. Pero hay una figura que me cuesta identificar dentro de esta oposición binaria. ¿Quién es la chola y a qué condición pertenece? Se dice de ella que es bella y que tiene un andar desafiante. Su mirada salvaje nos da señales para identificarla dentro del concepto de nuevo, fresco, airoso. A contrario del viejo, la chola se alza y sabe defenderse. Sin duda estos son valores que transmite a sus hijos.
Las acciones de los hijos de la chola permiten hacer una nueva oposición. Así, es posible identificar la inocencia vs. la malicia. Todo empieza como un juego divertido, pero los niños, siempre probando límites, comprueban que el viejo no es más que un esperpento indefenso. La inocencia parecería quedar atrás para dar paso a la malicia de los niños. Malicia que en un mundo tan pobre probablemente es necesaria. Esta nueva oposición de términos constituye un aporte valioso a la obra de Dávila Andrade.
Otra oposición de conceptos reside en la desigualdad de los personajes. Así, el autor juega con la pobreza vs. la abundancia. De la frase que la chola desprende “mis hijos no tienen patios como los de ustedes para jugar”, es posible identificar que Sepúlveda, si bien no era acaudalado sí gozaba de un estatus acomodado. Su casa se contrapone a la humilde tienda de la chola y los niños, el patio se contrapone a la calle donde juegan los niños.
El aldabón de bronce en realidad constituye un límite. Una separación entre el mundo del solitario y viejo Sepúlveda y de los vitales niños. Es completamente un elemento neutro, ni viejo ni joven. El aldabón simplemente es muestra de dos mundos radicalmente distintos en el cual hay una transgresión inmediata: son los niños quienes ostentan el poder, mientras que el viejo se encuentra totalmente rezagado. ¿Acaso no nos han enseñado que el niño debe obedecer las órdenes del viejo?, ¿cómo pueden estos niños ser la autoridad? El aldabón juega otro rol fundamental el momento en que el viejo piensa que tras retirarlo de la puerta, su suplicio se verá acabado. Nuevamente, considero que esto implica un nuevo intento de repeler a lo nuevo por parte de lo viejo. Como si uno pudiera escapar de los cambios, de lo nuevo, de la muerte.
Me gustaría señalar la Iglesia como un lugar neutro donde no puede existir humillación. Me sorprende reconocer que la Iglesia es un lugar recurrente en los cuentos de Dávila Andrade. En este caso, la Iglesia es un lugar “de refugio” para Sepúlveda y asimismo lo fue en el caso del cuento de la última misa del caballero pobre. Dentro de la Iglesia Sepúlveda se sentía amparado en la compañía “del polvo y del lejano incienso de las festividades.”
El último evento del cuento constituye una sorpresa para el lector. Sí, probablemente me esperaba que el viejo, cansado de tanta humillación, castigue a los muchachos. Lo que no me esperaba son dos detalles introducidos por Dávila Andrade: que el niño sea un nuevo personaje no mencionado previamente y la reacción del anciano. Pareciera ser un buen cierre para la victoria de la juventud sobre la vejez. El viejo admite su debilidad, su vulnerabilidad, capaz hasta su cordura. Lo deja todo y al soltar estos sentimientos, se resigna y acepta. Lo que el viejo acepta es el cambio y la juventud que viene con este, y también acepta la proximidad de la muerte y la realidad de su vejez y soledad.



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