La
última misa del caballero pobre
César
Dávila Andrade
Realizar este
análisis me resulta complejo en cuanto la obra de Dávila Andrade constituye un
cuento maestro de la literatura ecuatoriana, tan real, tan vívido. Es claro que
a lo largo de tres páginas, el autor consigue su propósito: criticar arduamente
a la sociedad ecuatoriana. Y lo hace nada más que a través de un rito social
íntimamente enraizado en el ecuatoriano: la misa del domingo. Esta misa
“infaltable”, evento de magna importancia en nuestra cultura es el escenario en
el cual se despliegan los eventos y los personajes del cuento.
La última misa
del caballero pobre constituye ciertamente una representación por parte del
autor. Una representación que retrata una realidad social inminente en nuestro
país: la desigualdad que se demuestra a partir del despliegue de las clases
sociales. Así, a través de un suceso ficticio Dávila Andrade logra enseñar un
mal que ha aquejado a nuestra sociedad a lo largo del tiempo.
Debo reconocer
la importancia de la trama de la historia y de la descripción del espacio en
cuanto gran parte del cuento se enfoca principalmente en estos aspectos. Matías
Iriarte, el protagonista, es introducido por el autor apenas desde la mitad del
cuento. A lo largo de tres apartados, Dávila Andrade describe el espacio donde
sucederá el evento, se remite a pintar minuciosamente a los personajes de la
obra y relata los miserables sucesos de la vida del caballero pobre.
El escritor
ecuatoriano principia su historia con un íncipit que no es gratuito. Así,
Dávila Andrade introduce al lector en una somnolienta madrugada en un lugar
específico: el Campanario de los Dominicos. Es posible ver a un fraile abriendo
la puerta de Iglesia y a un vagabundo que despierta sobresaltado. El frío es
evidente, así como lo es también la oscuridad de la noche que no parece querer
retirarse. ¿Quién es este vagabundo y qué historia oculta? Es la primera
pregunta que se realiza el lector. El efecto de este íncipit probablemente
resulta el de abrir el interés del público, despertar su curiosidad.
El segundo
apartado refleja las clases sociales existentes de la época pero, ¿es qué acaso
han variado? Así, se muestra a las “gentes oscuras” que acuden por las calles
espectrales a la misa de las cuatro de la madrugada. No se sabe de dónde
provienen, no se conoce sus historias personales, pero sí se sabe la razón de
asistir a la misa a esa hora. En una sociedad sumamente devota, el consuelo de
los pobres reside en la religión, por lo cual no asistir a la misa no es una
opción. Eso sí, la gente pobre debe acudir a la misa de la madrugada como si su
pecado capital fuera el encontrarse desprovistos de posesiones materiales. Ocultarse,
eso es lo que debe hacer esta gente. Y para eso se encuentra la oscuridad de la
madrugada. Nadie juzga puesto que nadie ve, y este es el factor clave para
pasar desapercibido.
Es claro que en
la misa de las cuatro el autor introduce al Otro. Este Otro excluido de la
sociedad, marginado y apartado cual si se tratara de un trapo sucio. El Otro
que puede cambiar de grupos que la personifican pero que nunca deja de existir.
Como si la discriminación o la distinción de grupos se encontrara inherente a
la naturaleza humana. Los Otros aquí son viejas criadas, bebedores, los nobles
venidos a menos, en fin, los pobres. Probablemente la descripción que me
impresiona es aquella de las “viejecitas de manta color de agua podrida”. Los
detalles que al autor proporciona de los rostros de estos personajes es otro
gran logro. Esos rostros que reflejan hambre, miedo, miseria y sobretodo temor
a la luz.
Por supuesto,
si algo persiste en los nobles venidos a menos es el orgullo. Es por esto el
temor a ser vistos, a ser juzgados. Sin embargo, considero que todo ser humano
tiene temor a ser juzgado en cierto grado y por esto no estimo que el temor a
ser visto sea del todo infundado o superficial. Es tan fuerte el orgullo y los cánones
sociales que nadie se atreve a contrariarlos como si se tratara de resignarse a
su suerte.
No es hasta la
presentación de Matías Iriarte y su desafortunada historia en la cual el lector
se siente cercano, cercanísimo a la obra. El lector siente compasión por el
caballero que todo y a todos ha perdido. Siente empatía y comprende el deseo de
ocultarse, de no “darse a la luz”. Es curiosa la relación de Iriarte con la
religión, parecería que es lo único en lo que creía o en lo que reposaban todas
sus esperanzas después de haberlo perdido todo. Tanta es la devoción que al ir
a misa el caballero “abrigaba la viva impresión de ser espiado desde el cielo.”
El tercer y
final apartado relata el terrible suceso que aconteció al caballero. Iriarte asiste
un domingo a la misa de las cuatro, pese a haber pasado una noche de insomnio. Esto
por supuesto no le impide “llevar erguida la cabeza” puesto que no tiene razón
para ocultar su pobreza entre los pobres.
Lo que sucede
es que el caballero se despierta en la misa de las ocho, rodeado de luz y con
la luz lo acompaña la riqueza de aquellos que asisten a la Iglesia. El lector
puede sentir la vergüenza del caballero, la frustración y aquella sensación de querer
desaparecer. Más aún, el lector siente la decepción hacia la religión, hacia un
Dios que “permitió que esto pasara.” Creo que la expresión última va más allá y
pretende cuestionar a la institución más poderosa – la Iglesia – como un ente
que ha dado cabida a la desigualdad. Esta es la verdadera traición de la
Iglesia, la verdadera traición de Dios. Finalmente, el lector puede percibir en
sus mismos huesos aquella rabia contra las personas, contra la injusta
existencia y contra las clases sociales. ¡Cómo nadie fue capaz de despertarlo!,
¡cómo pudo haberse exhibido a la luz sin ser más precavido! Él, Matías Iriarte
jugaba un papel de “embajador de la miseria” en aquel escenario. Pero no se
acaba aquí, el sombrero del caballero cae en la mitad del trayecto y esto
implica una miseria más que el pobre hombre debe soportar. La humillación se
percibe claramente, como si fueras tú o yo quienes estuviéramos viviendo ese
incidente.
El autor emplea
un lenguaje binario a lo largo del texto con el fin de jugar con elementos
contrapuestos. Es posible identificar a la luz vs. la oscuridad, la riqueza vs.
la pobreza, la misa de las ocho vs. la misa de las cuatro. Entre las primeras
palabras de cada seria existe una relación directa y lo mismo sucede con las
segundas palabras. Así, el lector se adentra en dos mundos contrapuestos que
tienen lugar en el mismo espacio, a diferentes horas. Como si la luz demarcara
la posibilidad de existir de unos y la incapacidad de respirar de los Otros.
Este juego con el lenguaje permite a Dávila Andrade lograr una representación exquisita
de la realidad por medio de una anécdota ficticia.
Mientras que
para Platón la imitación debe ser un fiel reflejo de la esencia o de otra
manera debería ser descartada de la sociedad, Aristóteles admite el rol
fundamental de la imitación en cuanto es una herramienta artística cuyo
objetivo es el deleite del público. Por su parte, Auerbach emplea una teoría de
la imitación realista, a través del análisis de temas concretos de obras
reconocidas. En lo personal considero que este cuento pretende ser una
representación de la realidad cuyo objetivo es sacar a relucir “la verdad”. No
obstante, no considero que se acerca a la teoría mimética empleada por Platón
sino a aquella sostenida por Aristóteles. Esto debido a que si bien es cierto
que la intención clara del autor es realizar un ejercicio de representación,
esto no necesariamente encaja como la “verdad”. Es cierto que se trata de una
fuerte denuncia a varias instituciones de la sociedad pero no por ello
constituye “la verdad” ni la esencia de las cosas.
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