miércoles, 15 de junio de 2016

La última misa del caballero pobre: César Dávila Andrade

La última misa del caballero pobre
César Dávila Andrade

Realizar este análisis me resulta complejo en cuanto la obra de Dávila Andrade constituye un cuento maestro de la literatura ecuatoriana, tan real, tan vívido. Es claro que a lo largo de tres páginas, el autor consigue su propósito: criticar arduamente a la sociedad ecuatoriana. Y lo hace nada más que a través de un rito social íntimamente enraizado en el ecuatoriano: la misa del domingo. Esta misa “infaltable”, evento de magna importancia en nuestra cultura es el escenario en el cual se despliegan los eventos y los personajes del cuento.

La última misa del caballero pobre constituye ciertamente una representación por parte del autor. Una representación que retrata una realidad social inminente en nuestro país: la desigualdad que se demuestra a partir del despliegue de las clases sociales. Así, a través de un suceso ficticio Dávila Andrade logra enseñar un mal que ha aquejado a nuestra sociedad a lo largo del tiempo.

Debo reconocer la importancia de la trama de la historia y de la descripción del espacio en cuanto gran parte del cuento se enfoca principalmente en estos aspectos. Matías Iriarte, el protagonista, es introducido por el autor apenas desde la mitad del cuento. A lo largo de tres apartados, Dávila Andrade describe el espacio donde sucederá el evento, se remite a pintar minuciosamente a los personajes de la obra y relata los miserables sucesos de la vida del caballero pobre.

El escritor ecuatoriano principia su historia con un íncipit que no es gratuito. Así, Dávila Andrade introduce al lector en una somnolienta madrugada en un lugar específico: el Campanario de los Dominicos. Es posible ver a un fraile abriendo la puerta de Iglesia y a un vagabundo que despierta sobresaltado. El frío es evidente, así como lo es también la oscuridad de la noche que no parece querer retirarse. ¿Quién es este vagabundo y qué historia oculta? Es la primera pregunta que se realiza el lector. El efecto de este íncipit probablemente resulta el de abrir el interés del público, despertar su curiosidad.

El segundo apartado refleja las clases sociales existentes de la época pero, ¿es qué acaso han variado? Así, se muestra a las “gentes oscuras” que acuden por las calles espectrales a la misa de las cuatro de la madrugada. No se sabe de dónde provienen, no se conoce sus historias personales, pero sí se sabe la razón de asistir a la misa a esa hora. En una sociedad sumamente devota, el consuelo de los pobres reside en la religión, por lo cual no asistir a la misa no es una opción. Eso sí, la gente pobre debe acudir a la misa de la madrugada como si su pecado capital fuera el encontrarse desprovistos de posesiones materiales. Ocultarse, eso es lo que debe hacer esta gente. Y para eso se encuentra la oscuridad de la madrugada. Nadie juzga puesto que nadie ve, y este es el factor clave para pasar desapercibido.

Es claro que en la misa de las cuatro el autor introduce al Otro. Este Otro excluido de la sociedad, marginado y apartado cual si se tratara de un trapo sucio. El Otro que puede cambiar de grupos que la personifican pero que nunca deja de existir. Como si la discriminación o la distinción de grupos se encontrara inherente a la naturaleza humana. Los Otros aquí son viejas criadas, bebedores, los nobles venidos a menos, en fin, los pobres. Probablemente la descripción que me impresiona es aquella de las “viejecitas de manta color de agua podrida”. Los detalles que al autor proporciona de los rostros de estos personajes es otro gran logro. Esos rostros que reflejan hambre, miedo, miseria y sobretodo temor a la luz.

Por supuesto, si algo persiste en los nobles venidos a menos es el orgullo. Es por esto el temor a ser vistos, a ser juzgados. Sin embargo, considero que todo ser humano tiene temor a ser juzgado en cierto grado y por esto no estimo que el temor a ser visto sea del todo infundado o superficial.  Es tan fuerte el orgullo y los cánones sociales que nadie se atreve a contrariarlos como si se tratara de resignarse a su suerte.

No es hasta la presentación de Matías Iriarte y su desafortunada historia en la cual el lector se siente cercano, cercanísimo a la obra. El lector siente compasión por el caballero que todo y a todos ha perdido. Siente empatía y comprende el deseo de ocultarse, de no “darse a la luz”. Es curiosa la relación de Iriarte con la religión, parecería que es lo único en lo que creía o en lo que reposaban todas sus esperanzas después de haberlo perdido todo. Tanta es la devoción que al ir a misa el caballero “abrigaba la viva impresión de ser espiado desde el cielo.”

El tercer y final apartado relata el terrible suceso que aconteció al caballero. Iriarte asiste un domingo a la misa de las cuatro, pese a haber pasado una noche de insomnio. Esto por supuesto no le impide “llevar erguida la cabeza” puesto que no tiene razón para ocultar su pobreza entre los pobres.

Lo que sucede es que el caballero se despierta en la misa de las ocho, rodeado de luz y con la luz lo acompaña la riqueza de aquellos que asisten a la Iglesia. El lector puede sentir la vergüenza del caballero, la frustración y aquella sensación de querer desaparecer. Más aún, el lector siente la decepción hacia la religión, hacia un Dios que “permitió que esto pasara.” Creo que la expresión última va más allá y pretende cuestionar a la institución más poderosa – la Iglesia – como un ente que ha dado cabida a la desigualdad. Esta es la verdadera traición de la Iglesia, la verdadera traición de Dios. Finalmente, el lector puede percibir en sus mismos huesos aquella rabia contra las personas, contra la injusta existencia y contra las clases sociales. ¡Cómo nadie fue capaz de despertarlo!, ¡cómo pudo haberse exhibido a la luz sin ser más precavido! Él, Matías Iriarte jugaba un papel de “embajador de la miseria” en aquel escenario. Pero no se acaba aquí, el sombrero del caballero cae en la mitad del trayecto y esto implica una miseria más que el pobre hombre debe soportar. La humillación se percibe claramente, como si fueras tú o yo quienes estuviéramos viviendo ese incidente.

El autor emplea un lenguaje binario a lo largo del texto con el fin de jugar con elementos contrapuestos. Es posible identificar a la luz vs. la oscuridad, la riqueza vs. la pobreza, la misa de las ocho vs. la misa de las cuatro. Entre las primeras palabras de cada seria existe una relación directa y lo mismo sucede con las segundas palabras. Así, el lector se adentra en dos mundos contrapuestos que tienen lugar en el mismo espacio, a diferentes horas. Como si la luz demarcara la posibilidad de existir de unos y la incapacidad de respirar de los Otros. Este juego con el lenguaje permite a Dávila Andrade lograr una representación exquisita de la realidad por medio de una anécdota ficticia.

Mientras que para Platón la imitación debe ser un fiel reflejo de la esencia o de otra manera debería ser descartada de la sociedad, Aristóteles admite el rol fundamental de la imitación en cuanto es una herramienta artística cuyo objetivo es el deleite del público. Por su parte, Auerbach emplea una teoría de la imitación realista, a través del análisis de temas concretos de obras reconocidas. En lo personal considero que este cuento pretende ser una representación de la realidad cuyo objetivo es sacar a relucir “la verdad”. No obstante, no considero que se acerca a la teoría mimética empleada por Platón sino a aquella sostenida por Aristóteles. Esto debido a que si bien es cierto que la intención clara del autor es realizar un ejercicio de representación, esto no necesariamente encaja como la “verdad”. Es cierto que se trata de una fuerte denuncia a varias instituciones de la sociedad pero no por ello constituye “la verdad” ni la esencia de las cosas.










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